19 de marzo de 2017

Mi autobiografía lectora

Antes de nada, reconozco que este año es el que más LITERATURA leo después de homologar mi título.

Imagino que mi introducción al mundo literario fue como la de la mayoría: las nanas, las rimas, los cuentos para dormir… 

http://www.labirint.ru/screenshot/goods/207366/1/
Mi madre me enseñó a leer mucho antes de empezar el colegio. Y nos reímos cada vez que recordamos estos momentos. “La a-be-ja tie-ne bi-go-te”-, leía yo la frase del ABCdario - no sé cómo lo consiguió mi madre, porque en aquella época los libros de texto no se vendían en las librerías. ¡La mala pasada que me jugó la ilustración! Es que la frase iba de avispas.


Por la casa siempre había libros infantiles con muchas ilustraciones. El que me gustaba más era Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. No es que lo leía y releía, sino que me encantaban sus ilustraciones en relieve que se levantaban al pasar las páginas. Luego apareció Las aventuras de Buratino (también la película), de Aleksey Tolstoi, un cuento sobre un niño de madera travieso al que, a diferencia de Pinocho, no le crecía la nariz por mentir. Más de una vez me imaginé interpretando el papel de Malvina, la niña de pelo azul.


http://vsyako.livejournal.com/43063.html
En la primaria, me impresionó el relato Mumú, de Ivan Turgenev, una historia basada en los hechos reales que esboza la sociedad rusa de la primera mitad del siglo XIX, cuando todavía existía el régimen de servidumbre. Me siguen llenándose los ojos de lágrimas al recordar el trágico final de la historia. Después, fueron los relatos de Chehov y Gogol, las poesías de Pushkin, Lermontov, etc. Sin olvidar a los autores bielorrusos: Yanka Kupala, Yakub Kolas, Uladzimir Karatkevich, etc.

En los tiempos soviéticos teníamos una manera peculiar de fomentar la lectura. A partir de los 10 años (que es cuando pasábamos a la secundaria), una de las últimas clases de la literatura antes de las vacaciones de verano se destinaba a apuntar (no había fotocopiadoras en el instituto) los libros de lecturas para el verano. Era una lista de 30 a 50 libros que incluía a autores rusos, bielorrusos y de la literatura universal, divididos en las lecturas obligatorias (las que se tratarían durante el curso siguiente) y voluntarias. No sé si la medida fomentaba realmente la lectura, era alguna directiva a nivel nacional o solo una iniciativa de mi instituto. Nadie nos examinaba de los libros al principio del año académico. Empezabas a leer para ir más relajad@ durante el curso y le ibas cogiendo el gusto a la lectura. Por lo menos es lo que me pasó a mí.

La isla del Tesoro, de R. L. Stevenson; Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, de L. Carroll; Los tres mosquiteros (la trilogía), de A. Dumas; La isla misteriosa y 20 000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne; El último de los Mohicanos, de J. F. Cooper (también me gusta la película, ¡me encanta su banda sonora!);  Sherlock Holmes, de Conan Doyle, Tom Sawyer, de Mark Twain; Las aventuras de Oliver Twist, de Charles Dickens; Colmillo Blanco, de Jack London son solo unos pocos autores y títulos.

En la adolescencia, llegué a odiar a León Tosltoi y sus cuatro volúmenes de Guerra y Paz. Saltando las páginas sobre la guerra y devorando las que trataban de amor, me juraba que algún día volvería a leer a los clásicos con más tranquilidad. Tampoco me impresionó F. Dostoyevski, la mente adolescente, rebelde y confusa, se negaba a asimilarlo. En cambio, me encantó El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, la poesía de Marina Tsvetaeva y de Anna Akhmatova.
Marina Tsvetaeva   https://es.pinterest.com/pin/102175485270463668/

También de esta época son Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell (uno de los casos que la película inspiró la lectura), El pájaro espino, de Colleen McCullough, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Rebeca, de Daphne du Maurier y las novelas de Stefan Zweig.

Durante la carrera universitaria las lecturas se centraban más en los textos académicos que en literarios, con algunas excepciones, cómo no. Poemas de Lorca y de Bécquer y muchas canciones, como Háblame del mar marinero o ¿Por qué te vas?, en las clases de fonética; en los últimos cursos, como lecturas de casa: Cinco horas con Mario, de M. Delibes, Doña Perfecta, de B. Pérez Galdós y, la favorita, releída también en ruso, Cien años de soledad, de G. García Márquez. Seguro que no olvidaremos las clases de Juan Popok (el niño español de la guerra civil) con sus PowerPoint (léase diapositivas) que sirvieron de inmersión lingüística y aportaron cantidades de información sobre la cultura de España y América Latina.

Luego llegaron los viajes a Italia con los “niños de Chernobyl” y el descubrimiento de En nombre de la Rosa, de Umberto Eco. De hecho, mi último libro leído es Número cero, la última novela de este escritor y ensayista italiano:

Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores. Si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder el tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los perdedores.

Ahora toca volver a la niñez, #¡DisfrutandoLaLIJ!

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