Antes de nada, reconozco que este año es el que más LITERATURA leo después de homologar mi título.
Imagino que mi introducción al mundo literario fue como la de la mayoría:
las nanas, las rimas, los cuentos para dormir…
http://www.labirint.ru/screenshot/goods/207366/1/ |
Mi madre me enseñó a leer mucho antes de empezar el colegio. Y nos reímos
cada vez que recordamos estos momentos. “La a-be-ja tie-ne bi-go-te”-, leía yo
la frase del ABCdario - no sé cómo lo consiguió mi madre, porque en aquella
época los libros de texto no se vendían en las librerías. ¡La mala pasada que
me jugó la ilustración! Es que la frase iba de avispas.
Por la casa siempre había libros
infantiles con muchas ilustraciones. El que me gustaba más era Los viajes de
Gulliver, de Jonathan Swift. No es que lo leía y releía, sino que me
encantaban sus ilustraciones en relieve que se levantaban al pasar las páginas.
Luego apareció Las aventuras de Buratino (también la película), de Aleksey
Tolstoi, un cuento sobre
un niño de madera travieso al que, a diferencia de Pinocho, no le crecía la
nariz por mentir. Más de una vez me imaginé interpretando el papel de Malvina,
la niña de pelo azul.
http://vsyako.livejournal.com/43063.html |
En la primaria, me impresionó el
relato Mumú, de Ivan
Turgenev, una historia
basada en los hechos reales que esboza la sociedad rusa de la primera mitad del
siglo XIX, cuando todavía existía el régimen de servidumbre. Me siguen
llenándose los ojos de lágrimas al recordar el trágico final de la historia.
Después, fueron los relatos de Chehov y Gogol, las poesías de Pushkin, Lermontov, etc. Sin olvidar a los autores bielorrusos: Yanka Kupala, Yakub Kolas, Uladzimir Karatkevich, etc.
En los tiempos soviéticos teníamos una
manera peculiar de fomentar la lectura. A partir de los 10 años (que es cuando
pasábamos a la secundaria), una de las últimas clases de la literatura antes de
las vacaciones de verano se destinaba a apuntar (no había fotocopiadoras en el
instituto) los libros de lecturas para el verano. Era una lista de 30 a 50
libros que incluía a autores rusos, bielorrusos y de la literatura universal,
divididos en las lecturas obligatorias (las que se tratarían durante el curso
siguiente) y voluntarias. No sé si la medida fomentaba realmente la lectura,
era alguna directiva a nivel nacional o solo una iniciativa de mi instituto.
Nadie nos examinaba de los libros al principio del año académico. Empezabas a
leer para ir más relajad@ durante el curso y le ibas cogiendo el gusto a la
lectura. Por lo menos es lo que me pasó a mí.
La isla del Tesoro, de R. L. Stevenson; Las aventuras de Alicia
en el País de las Maravillas, de L. Carroll; Los tres mosquiteros (la
trilogía), de A. Dumas; La isla misteriosa y 20 000 leguas de viaje
submarino, de Julio Verne; El último de los Mohicanos, de J. F.
Cooper (también me gusta la película, ¡me encanta su banda sonora!); Sherlock
Holmes, de Conan Doyle, Tom Sawyer, de Mark Twain; Las aventuras
de Oliver Twist, de Charles Dickens; Colmillo Blanco, de Jack London
son solo unos pocos autores y títulos.
En la adolescencia, llegué a odiar a
León Tosltoi y sus cuatro volúmenes de Guerra y Paz. Saltando las
páginas sobre la guerra y devorando las que trataban de amor, me juraba que
algún día volvería a leer a los clásicos con más tranquilidad. Tampoco me
impresionó F. Dostoyevski, la mente adolescente, rebelde y confusa, se negaba a
asimilarlo. En cambio, me encantó El maestro y Margarita, de Mijaíl
Bulgákov, la poesía de Marina Tsvetaeva y de Anna Akhmatova.
Marina Tsvetaeva https://es.pinterest.com/pin/102175485270463668/ |
También de esta época son Lo que el
viento se llevó, de Margaret Mitchell (uno de los casos que la película
inspiró la lectura), El pájaro espino, de Colleen McCullough, Jane
Eyre, de Charlotte Brontë, Rebeca, de Daphne du Maurier y las
novelas de Stefan Zweig.
Durante la carrera universitaria las
lecturas se centraban más en los textos académicos que en literarios, con
algunas excepciones, cómo no. Poemas de Lorca y de Bécquer y muchas canciones,
como Háblame
del mar marinero o ¿Por qué te
vas?, en las clases
de fonética; en los últimos cursos, como lecturas de casa: Cinco horas con Mario, de M.
Delibes, Doña Perfecta, de B. Pérez Galdós y, la favorita, releída también en
ruso, Cien años de soledad, de G. García Márquez.
Seguro que no olvidaremos las clases de Juan Popok (el niño español de la
guerra civil) con sus PowerPoint (léase diapositivas) que sirvieron de
inmersión lingüística y aportaron cantidades de información sobre la cultura de
España y América Latina.
Luego llegaron los viajes a Italia con
los “niños de Chernobyl” y el descubrimiento de En nombre de la Rosa, de
Umberto Eco. De hecho, mi último libro leído es Número cero, la última novela de este escritor y ensayista
italiano:
Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores. Si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder el tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los perdedores.
Ahora toca volver a la niñez, #¡DisfrutandoLaLIJ!
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