Nunca
me he considerado una gran lectora, no obstante, siempre he sido una persona
con una capacidad de abstracción bastante grande y las obras que he leído en mi
vida han enriquecido mucho mi mundo interior, hecho que ahora considero de gran
importancia.
A
pesar de mi gusto por los cuentos, podría decir que mi infancia estuvo
francamente marcada por el cómic, especialmente por las historias de don
Francisco Ibáñez con personajes entrañablemente divertidos como Mortadelo y
Filemón, la portera de El trece Rue Percebe, Rompetechos, el
botones Sacarino y muchos otros más que, por razones de extensión, me aventuro
a omitir. Asimismo, también recuerdo con nostalgia las lecturas de Tintin, Charlie Brown, Asterix y Obelix y
Mafalda.
Existen
dos obras – una poética y otra narrativa – que considero siempre definitivas en
mi “inicio como lectora literaria”. Una de ellas fue La historia interminable de Michael Ende. Fue la primera novela con
cierta extensión que leí por voluntad propia en la escuela. Para mí hubieron
tres elementos fundamentales – aparte de otros más – que determinaron esta
novela como mi “novela fetiche”. Por un lado, fue la empatía con el
protagonista, Bastian. Me identificaba perfectamente con él por su situación en
la escuela y su espíritu de evasión de la realidad; por otro lado, el hecho “metaliterario”
– concepto que soy ahora capaz de determinar como tal –, esto es, que el
protagonista pudiera entrar en un mundo de ficción dentro del ficcional
primario. Para mí, este hecho convertía la historia de Bastian en una realidad
de la que yo formaba parte y ambos nos adentrábamos en un libro que cada vez
era más envolvente; finalmente, el concepto de la “nada” que se desprende de la
novela fue revelador para mí ya que , desde muy pequeña, pensaba en la muerte sin saber
muy bien cómo definirla. Creo que esa “nada” que tenía aterrorizado al mundo de
Atreyu y Bastian fue para mí determinante.
La
otra obra – poética – que me marcó como lectora fue el poema de Antonio Machado
“Recuerdo infantil”. Recuerdo que era un poema que se hallaba inserto en el
libro de texto que dábamos en el colegio. Cuando lo leímos en clase sentí que me transmitió tranquilidad, serenidad, candor. “No hay nada mejor que estar
a resguardo mientras llueve fuera”, pensaba yo y, por unos instantes, yo me
hallaba en esa clase, envolviéndome de la fragancia de lo añejo. Sin embargo,
nada tenía que ver el comentario “al uso” que realizó el profesor con mis
sensaciones.
El
instituto también fue una etapa de enriquecimiento lector, aunque debo decir
que fue gracias a las lecturas obligatorias. Sin pensarlo, la
generación del 98, que ya tuvo su aparición estelar en el colegio con Machado,
siguió en mi camino para quedarse en mi corazoncito. La voluntad de Azorín fue un libro que realmente disfruté.
Seguramente no terminé de abarcar el sentido total de la obra, pero me
entusiasmaba la relación maestro-aprendiz de Yuste y Azorín, el “diálogo
socrático”, en definitiva, la filosofía novelada – no sé si será correcto
llamarlo así, pero es así como la considero y me encanta –. Posteriormente, me
he rencontrado con esta generación en la universidad. El árbol de la ciencia de Baroja me pareció excepcional,
especialmente la parte IV “Disquisiciones”. Ese mismo año leí, por placer, Camino de perfección, y, a pesar que no
me agradó tanto como la anterior, realmente había algo de precursora en esa novela.
Retornando
al mundo poético de mi etapa en el instituto, recuerdo con mucho cariño a Pedro
Salinas. Como dije al principio, nunca he sido una gran lectora y, a pesar de
que me gusta la poesía, la falta de experiencia no me permite descubrir el
sentido del poema en la mayoría de las ocasiones. En este sentido, rememoro con
mucho cariño a mi profesora Benilde, que siempre nos daba las claves para que
ningún cabo se quedara suelto. ¡Ese es el placer estético del que hablaba Dámaso
Alonso! ¡Qué diferencia cuando entiendes lo que estás leyendo!
Las
novelas de misterio y policíacas también han sido santo de mi devoción.
Recuerdo que en el instituto nos mandaron leer Papel mojado de Juan José Millás. Ciertamente disfruté con esa
lectura. La intriga, el proceso deductivo, el perfil detectivesco del
protagonista, son elementos realmente atractivos para mí. Durante la carrera
también he tenido el placer de leer – y conocer – a Lorenzo Silva y sus Cuerpos extraños de la saga Bevilacqua y
Chamorro. En el caso de Silva, la novela policial convencional es superada con
creces gracias al desarrollo psicológico de los personajes. Esto le da un
empaque a la novela realmente especial, casi real.
A
pesar de mi gusto por la intriga nunca he sido “muy fan” de las novelas de
terror. Ese “mundo interior” al que apelaba al principio de esta redacción es
bastante envolvente así que, cuando he leído algo de terror lo he sentido y no
me gusta. La colección de relatos Prohibido
a los nerviosos de Alfred Hitchcock me ponía los pelos de punta, de hecho
solo pude leer uno. La obra que más me marcó en este sentido fue It de Stephen King. Si nunca me habían
hecho gracia los payasos, tras ese libro, menos todavía.
En
la etapa universitaria no recuerdo ninguna obra que no me haya gustado – de ahí
mi miedo, en ocasiones, a la falta de criterio lector -. Todas las obras que he
leído me han fascinado, naturalmente, previa selección del docente. No sé si
estarán en torno a unas 20 ó 30 obras, pero en todas hay algo especial. Sería
demasiado tedioso enumerarlas todas, así que sólo destacaré muy pocas - por razón de extensión - que recuerdo con especial atención. Con respecto
al Realismo, la lectura de las obras de doña Emilia Pardo Bazán fueron también
“amor a primera línea”. Tanto La cuestión
palpitante como Los pazos de Ulloa
me atraparon totalmente. Su forma de escribir es excelente, tanto en la gracia
como en el halo de misterio que sabe mantener en sus obras. Asimismo la propia
vida de la escritora no puede pasar desapercibida al lector novel. Es una
escritora francamente interesante. La
Regenta también es otra obra de obligada mención aunque, para mí, hallé más
valor literario en cuanto a la forma que en cuanto al contenido o tema. La
sintaxis y el léxico de Clarín superan con creces, en mi opinión, la trama
argumental – pero es una opinión sin fundamento teórico -.
El mundo no ha cambiado mucho, al menos en lo fundamental – afirmación que me
aventuré a reflexionar tras la lectura de las obras propias de la Edad Media –. La Celestina, El libro de
buen amor y El Cid son obras
maravillosas. En ellas se puede realizar una síntesis de las pasiones humanas,
que siempre son las mismas, lo único que cambia es la óptica moral desde que se
las estudia, en mi opinión. Otro ejemplo, ¿las enseñanzas de Baltasar Gracián
en el siglo XVII resultarían anacrónicas hoy en día? A mi parecer, no. De hecho
considero que sería necesario revisarlas ya que, actualmente, parece que “hemos
perdido el norte”, al menos, en lo fundamental.
Siguiendo
con el siglo SXVII, cómo no mencionar al Quijote,
magnánima obra de la condición humana. He de decir que el docente que nos
descubrió esta obra no es un profesor, es un maestro. Miguel Ángel Lozano no
enseña literatura, hace lectores. A través de su ejemplo consigue obtener en el
alumno, al menos ese fue mi caso, el sentimiento literario, el respeto a la
literatura y, en definitiva, el verdadero gusto por leer.
Finalmente,
por no extenderme más, el máster también me ha dado la posibilidad de descubrir
o redescubrir a escritores maravillosos como Carlos Ruiz Zafón – sí, no lo
había leído antes – y Ana Mª Matute, entre otros. Especialmente esta última he
hallado obras encantadoramente perfectas como Paulina y El verdadero final
de la bella durmiente, pero también muy duras como Cuentos para niños tontos y Pequeño teatro, obra que escribió a la
temprana edad de 17 años.
Me
dejo muchas obras en el tintero, pero opino que éste es un buen bosquejo de mi
trayectoria lectora. Tras reflexionar sobre esta cuestión, pienso que la
literatura tiene algo de maravilloso y terrible a la vez, esto es, siempre
hallas o descubres autores u obras que te dejan fascinado, pero toda esta
maravilla es, por naturaleza, inabarcable.
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